domingo, 23 de diciembre de 2007

Botella al Mar al Dios de las Palabras



Intervención de Gabriel García Márquez en el Congreso de Zacatecas, abril de 1997


A mis 12 años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: «¡Cuidado!» El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: «¿Ya vio lo que es el poder de la palabra?» Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor que tenían un dios especial para las palabras.Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor. No: el gran derrotado es el silencio.

Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.La lengua española tiene que prepararse para un oficio grande en ese porvenir sin fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de 19 millones de kilómetros cuadrados y 400 millones de hablantes al terminar este siglo. Con razón un maestro de letras hispánicas en Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el verbo pasar tenga 54 significados, mientras en la República de Ecuador tienen 105 nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y que tanta falta nos hace, aún no se ha inventado. A un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero dijo: «Parece un faro». Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazó un cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejó escrito de su puño y letra que el amarillo es «la color» de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cerveza que sabe a beso?Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempo no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo venturo como Pedro por su casa. En ese sentido me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los qués endémicos, el dequeísmo parasitario, y devuélvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos.

Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que le lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis 12 años.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ ( Colombia, 1928 )Premio Nobel de Literatura 1982

viernes, 14 de diciembre de 2007

Artes poéticas

Octavio Paz

Las palabras

Dales la vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.







Octavio Paz, Puerta condenada [1938-1946], en Libertad bajo palabra, 1949.


A Román Jakobson
Entre lo que veo y digo,
Entre lo que digo y callo,
Entre lo que callo y sueño,
Entre lo que sueño y olvido
La poesía.
Se desliza entre el sí y el no:
dice
lo que callo,
calla
lo que digo,
sueña
lo que olvido.
No es un decir:
es un hacer.
Es un hacer
que es un decir.
La poesía
se dice y se oye:
es real.
Y apenas digo
es real,
se disipa.
¿Así es más real?
Idea palpable,
palabra
impalpable:
la poesía
va y viene
entre lo que es
y lo que no es.
Teje reflejos
y los desteje.
La poesía
siembra ojos en las páginas
siembra palabras en los ojos.
Los ojos hablan
las palabras miran,
las miradas piensan.
Oír
los pensamientos,
ver
lo que decimos
tocar
el cuerpo
de la idea.
Los ojos
se cierran
Las palabras se abren.

Octavio Paz, Árbol adentro, Seix Barral, 1987

Álvaro Mutis
Una palabra


Cuando de repente en mitad de la vida llega una palabra jamás antes pronunciada,una densa marea nos recoge en sus brazos y comienza el largo viaje entre la magia recién iniciada,que se levanta como un grito en un inmenso hangar abandonado donde el musgo cobija paredes,entre el óxido de olvidadas criaturas qe habitan un mundo en ruinas, una palabra basta,una palabra y se inicia la danza pausada que nos lleva por entre un espeso polvo de ciudades,hasta los vitrales de una oscura casa de salud, a patios donde florece el hollín y andan densas sombras,húmedas sombras, que dan vida a cansadas mujeres.Ninguna verdad reside en estos rincones y, sin embargo, allí sorprende el mudo pavorque llena la vida con su aliento de vinagre —rancio vinagre que corre por la mojada despensa de una humilde casa de placer.Y tampoco es esto todo.Hay también las conquistas de calurosas regiones, donde los insectos vigilan la copulación de los guardianes del sembradoque pierden la voz entre los cañaduzales sin límite surcados por rápidas acequiasy opacos reptiles de blancas y rica piel.¡Oh el desvelo de los vigilantes que golpean sin descanso sonoras latas de petróleopara espantar los acuciosos insectos que envía la noche como una promesa de vigilia!Camino del mar pronto se olvidan estas cosas.Y si una mujer espera con sus blancos y espesos muslos abiertos como las ramas de un florido písamo centenario,entonces el poema llega a su fin, no tiene ya sentido su monótono treno de fuenteturbia y siempre renovada por el cansado cuerpo de viciosos gimnastas.Sólo una palabra.Una palabra y se inicia la danzade una fértil miseria

¿Frito o Freído?


¿Frito o Freído?:
Una doble posibilidad



Sin duda el problema no está en la acción de pasar algo por aceite caliente y dejarlo crocante. A diario, en las cocinas del mundo, algo se fríe o se frita. Pero ¿cómo llamar al resultado final?, ¿frito o freído? La forma “freído” parece haberse impuesto como correcta.

Antes de averiguar esto, años atrás, yo misma llamaba a todo lo que había sido freído, frito, incluso lo usaba como verbo: “hay que fritar el pollo”, decía, por ejemplo. Una amiga, con toda la paciencia, estaba atenta de corregir mi grave error. A fuerza de práctica, eliminé “fritar” de mi inventario de palabras y usé en adelante freír y freído sin excepción. Aun existiendo algo tan popular como las “papas fritas”, frito (a), al parecer, sonaba inaceptable… Sucede que hay ciertos verbos que poseen dos formas correctas e igualmente aceptadas por la Real Academia (Es lo que en gramática llamamos verbos con doble participio: uno regular, otro irregular) Los verbos “fritar y freír” existen ambos y son enteramente sinónimos, pero “freír” especialmente, posee dos formas correctas para llamar a algo que se ha freído. Así podemos usar igualmente “frito o freído”, las dos formas están perfectamente permitidas. Incluso, la Real Academia sugiere que se prefiera “frito” antes que “freído”. Decir, por ejemplo: “hay que freír el pollo” y luego “el pollo está frito” no “…está freído”. Jamás ordenaremos unas “papas freídas” en un restaurante por más refinado que nos suene, de hecho, de hacerlo, sí caeríamos en un error.

En la lengua, también influyen las clases sociales y muchas veces contamos con palabras sinónimas donde una se considera de habla culta y otra de habla popular y por esto, tal vez, errónea, por lo que se rechaza. Otro ejemplo de este tipo de palabras con dos formas correctas es el verbo imprimir.
Luego de imprimir y recibir la hoja que sale del aparato en cuestión ¿cómo llamar al producto final?, ¿impreso o imprimido? De nuevo, ambas maneras son válidas. ¡No se escandalice!, es cierto que “imprimido” jamás ha sido aceptado por los hablantes pero pasa que es tan correcto como “impreso”, y tenemos las dos formas para escoger; de este modo podemos decir tanto “el documento está impreso” como “el documento está imprimido”.

Así que no se autocorrija más cuando con toda la naturalidad del mundo diga: “el texto imprimido” por ejemplo. Úselo. Y si alguien lo corrige descárguele usted mismo lo que hoy aprendió.

Y para finalizar esta entrega, le digo a modo de dato curioso que al igual que “roto”, “rompido” también existió. Pero esta forma si sucumbió ante el desuso. Y aunque ya no se le oye, no se ha dejado de usar por completo. ¡Y pensar la gracia que nos da cuando se la oímos a un niño que apenas empieza a hablar!

No sólo las gallinas "ponen": La lucha entre poner y colocar


A más de una persona se le ha oído corregir a otra diciendo: “No se dice ´poner´ se dice ´colocar´, las que ponen son las gallinas”. Esto aunque suene culto y hasta refinado es completamente errado. En español contamos con estos dos verbos que indican (entre otras cosas) la acción de posicionar algo en un espacio, pero si consultamos el DRAE notaremos que “poner” es de hecho un verbo riquísimo en acepciones y usos, no sól
o éste último. Vayamos atrás en la historia de estos dos verbos. Existen dos tipos de palabras en una lengua: las que vienen por herencia y las que vienen por préstamo de otras lenguas. “Colocar” es, por ejemplo, un préstamo del verbo latino collocare, esto significa que es un calco de este vocablo tomado voluntariamente del latín y traído y adaptado al español, por el contrario “poner” es herencia latina del verbo “ponere” de modo que “poner” es algo así como un verbo legendario que evolucionó desde el latín vulgar para convertirse finalmente en nuestro queridísimo verbo “poner”; este último dato con miras a reivindicarlo. ¿Ve usted la diferencia entre colocar y poner? Tal vez aún no, dado que a primera vista parecen verbos enteramente sinónimos que intercambiados en cualquier oración, no se vería ésta escandalosamente transgredida. Si volvemos al DRAE quedaremos muy sorprendidos ante esta prueba
contundente de diferencia: Colocar cuenta apenas con cinco acepciones entre las que se encuentran: poner algo o a alguien en su debido lugar, invertir dinero, acomodar a alguien en un empleo, encontrar mercado para algún producto y finalmente un uso coloquial que refiere a algún efecto del alcohol o una droga (ej.: colocar en estado eufórico) pero ahora si revisamos los usos para poner nos encontraremos con nada menos que cuarenta y cuatro acepciones y un tanto más de frases hechas construidas con “poner” (incluyendo el adjetivo verbal “quita y pon” tan popular entre nosotros) lo que nos hace darnos cuenta que se tratan de montones de usos donde “poner” es perfectamente correcto y no intercambiable por colocar, sin caer en el error. Paradójicamente lo que parece una corrección es de hecho una grave equivocación. Así de un tiempo para acá se ha difundido el supuesto mal uso de poner dándole esta apariencia de verbo “ordinario” (en el sentido coloquial) de mal gusto y hasta de falta de cultura considerándolo además poco elegante. De manera que de la noche a la mañana este verbo poderoso ha sido relegado por los hablantes venezolanos e hispanohablantes para darle un primerísimo y prestigioso lugar a colocar en oraciones insólitas como: “Me coloqué nerviosa”, “Se colocó roja” “Nos colocamos a bailar”, “Coloca la radio” o “Me colocó en ridículo”… Paradójicamente este mal uso de estos verbos ha sido difundido por los medios de comunicación que en un intento de refinamiento comenten extraordinaria barbaridad. Si es que usted ve ahora la diferencia seguro est
ará riéndose de estas expresiones que además de extrañas y chistosas, llegan incluso a ser molestas al oído. Como éstas hay montones de ejemplos, aun más descabellados: como “colócate en mi lugar”, “se colocó a llorar” o “eso nos colocó a pensar”. Entonces busqu
emos de nuevo un puesto honorario para “poner”. De ahora en adelante haga como bien oí decir a alguien, alguna vez: “No ponga colocar, coloque poner” y verá que en muchas de las ocasiones se
salvará de “poner la torta”̻