lunes, 12 de mayo de 2008

:::Venezuela y el ratón:::


Si usted escucha la palabra ratón, ¿cuál es la primera imagen que le viene a la mente? El roedor, ¿tal vez? Y si alguien le pide la definición de ratón, ¿cuál daría? De nuevo, la del animal, ¿o me equivoco? Ratón, es una de las palabras que mejor explica los cambios de significado que, a través del tiempo, un vocablo puede tener...
Si bien el animal siempre se llamará igual, la palabra ratón ha adquirido significados tan diversos como interesantes con el uso y los años y las razones son muchas.
Su origen es relativamente reciente (del siglo XVII) y proviene de la palabra rata, por cierto, mucho más antigua.

Pero más importante que su origen es tal vez su uso tan variado.
Basta buscar esta palabra en un diccionario actualizado, para sorprendernos con los resultados donde RATÓN no tiene una ni dos, sino seis acepciones de las que resaltan, por ejemplo, el llamado ratón de biblioteca: el estudioso y empedernido lector; el muy tecnológicamente famoso ratón del PC o computadora, llamado así por la semejanza de tamaño con el animal en cuestión y el cable que lo conecta al computador tan similar a una cola, así como menos comunes, encontramos un tipo de piedra llamada ratón dado que su punta afilada roza los cables y aún más curioso, en Costa Rica se llama ratón a los bíceps.

Pero es posible que Venezuela le haya dado el uso más original a esta palabra que, desde hace muchos años, significa para el venezolano, la común resaca, que no es más que el malestar del día siguiente de haber consumido licor en exceso, ese estado etílico también conocido en el país como “rasca”, si vamos a hablar apropiadamente de venezolanismos o léxico popular venezolano.
Esta resaca tiene muchos nombres alrededor de Latinoamérica y el mundo: en España se le llama así, resaca, para los mexicanos es la cruda, en América Central desde Panamá hasta Guatemala se le conoce como goma, para los colombianos es el guayabo; en el Ecuador le dicen chuchaqui, en Perú, perseguidora, para los chilenos es la mona viva...Pero, en Venezuela, ¿por qué ratón?, ¿de dónde proviene la posible semejanza?


En Venezuela no existe sólo el ratón, también está el enratonamiento, y el llamado ratón moral, que nada tiene que ver con el licor pero sí con la culpa y el remordimiento, de modo que, el ratón, en este sentido, sin duda implica malestar, en algunos casos no sólo por licor sino también por fumar, por pasar una mala noche, consecuencia de una mala acción, etc.

El adjetivo “enratonado” sin embargo, se ha encontrado fuera de Venezuela, en el norte de España, donde el enratonado es el afónico, ese que se ha estropeado la voz como consecuencia de una borrachera. En España se acostumbra a decir que un gato está enratonado cuando ha pasado la noche cazando ratones y está indigestado, la relación con el abuso y el exceso, parece ya aclararse más, Así que es muy posible que el origen de enratonado haya sido en España y muy normal, que por esta vía haya llegado a Venezuela. De modo que es este malestar del gato el que se extendió a los hombres que con este sentido de “glotonería”, de “exageración” e incluso de nocturno...Sin embargo, en Venezuela aun se habla de un gato enratonado aunque ya sea más frecuente la expresión para alguien que ha bebido mucho.

Pero el uso de Ratón es exclusivo de Venezuela, que se derivó del léxico español como ya mencionamos... “Estar enratonado”, “tener un ratón”, etc. son ciertamente frases de innegable colorido local, de esas que descubren a un venezolano en cualquier parte del mundo y que, sin importar, estrato, edad o género todos reconocemos, nombramos y aun más, sentimos como parte de la peculiaridad del cálido hablar criollo venezolano.


viernes, 4 de abril de 2008

:::"Ella es mi yerna":::


“Ella es mi yerna”:
¿Un cambio de perspectiva o un error gramatical?



¿Han escuchado los lectores a alguien decir, por ejemplo: “La esposa de mi hermano es la yerna de mi mamá?, ¿yerna en lugar de nuera? Las formas “yerno” y “nuera”, para referirse a la relación de una madre con el cónyuge de su hijo, tienden a confundirse en el uso, puesto que en español no es muy frecuente que para pares como suegro-suegra, hermano-hermana, abuelo-abuela donde la única diferencia es el género (masculino o femenino), se usen palabras completamente distintas, pero sí tenemos algunos casos como: padre-madre, macho-hembra, caballo-yegua y el que nos ocupa, yerno-nuera.

La mayoría de los femeninos en español se forman con –a. Decimos, por ejemplo: hermoso-hermosa, viejo-vieja, usado-usada, y así sucesivamente. Sin embargo, cuando se presentan casos donde no sólo cambia el final de la palabra sino la palabra entera es donde parece presentarse la confusión...

Cuando los hijos se casan, la suegra de cada uno tiene un “yerno” (el esposo de su hija) y una “nuera” (la esposa de su hijo) respectivamente. Pero la palabra “yerno” parece extender su límite pues no es nada raro escuchar la forma “yerna” para dirigirse a la “nuera” en verdad. Como se explicaba más arriba, el hecho de que los femeninos se formen regularmente con “a” provoca el que, acostumbrados a este tipo de variación, tendamos solo a cambiar el final de la palabra... así cada vez se extiende más el uso incorrecto de “yerna”.

Curioso es que “nuero” no sea caso de equivocación. Creemos que se debe a que normalmente los masculinos se transforman en femenino y no al contrario, por lo que en lugar de provocarse dos errores, es “nuera” la palabra que, de algún modo, comienza a perderse, a relegarse.

En el uso familiar, existen expresiones que, aunque gramaticalmente se consideren erradas, forman parte del cálido e íntimo trato familiar... el problema está cuando por uso estas incorrecciones llegan a los medios de comunicación y la transcripción de leyes.

El lingüista Ángel Rosenblat registra en una edición del diario “El Nacional” del año 1957 un fragmento que reza:

“La yerna pide nulidad de las gestiones realizadas por los apoderados” (245)

Igualmente recuerda como Antonio Arráiz la usa con humor en su popular Tío Tigre y Tío Conejo.

No se debe creer además que la palabra “yerna” recién hoy en día que se usa, lejos de eso, su aparición más antigua se remonta a 1830 en una de las cartas que el Mariscal Sucre envió a Mariana donde dice: “Al Marqués de San José y su señora y yerna, mil cariños” (245)

La aparición de la definición de “yerna” en distintos diccionarios como el diccionario de María Moliner, el diccionario académico donde aparece como término usual en Bolivia, Colombia, Puerto Rico, República Dominicana y Venezuela y finalmente en el diccionario del español actual (1999) de Manuel Seco y Gabino Ramos de uso en España, nos permite deducir que ya en definitiva no se trata, en su totalidad, de un error gramatical sino más bien, como cree Rosenblat, de un cambio de perspectiva: si se habla de “yerno” y “nuera” la diferencia es marcada y clara entre ambos pero si hablamos de “yerno” y “yerna” es posible que psicológica e inconscientemente se tienda a igualarlos.

El hablante no siempre está consciente del poder que tiene sobre la lengua y el léxico en general, pueden existir casos como éstos en el que lingüistas y gramáticos se esfuercen por detectar la equivocación para corregirla y aún así es el hablante quien decide que decir y que no... Pero no debe olvidarse que nuestro idioma español es también un patrimonio que debe preservarse de igual forma que los cuadros antiguos del Museo Nacional. Y aunque en ocasiones quisiéramos, como García Márquez, lanzar una “botella al mar al Dios de las Palabras” con miras a simplificarnos, son palabras como éstas las que hacen del español una de las lenguas romances más amplias y ricas en uso٭






Bibliografía citada: Rosenblat, Ángel. Buenas y malas palabras. Una selección. Monte Ávila Editores. Caracas, 2004 (p.245-250)










domingo, 30 de marzo de 2008

:::¿“Usted” es merideño?: Las formas de tratamiento y su enredo:::






Siempre que nos dirigimos a alguien lo hacemos por su nombre, pero también es posible que no conozcamos a esa persona o que simplemente no usemos el nombre cada momento que hablamos con alguien y nos valgamos de formas pronominales (en lugar de su nombre) tales como: tú, usted y en otras regiones vos o su merced, estas son algunas de las llamadas formas de tratamiento. En Venezuela, en general, están claras las situaciones en las que usamos una u otra. “Tú” se reserva para situaciones informales, con los amigos y la familia, en suma se usa para de alguna forma recortar las distancias. Contrario a esto “usted” lo usamos con personas mayores a nosotros, con las que no tenemos confianza o no conocemos, y finalmente, a las que debemos respeto o queremos marcar distancia con respecto a nosotros. Lo contrario también es cierto...

En la región de los Andes, específicamente, el Estado Mérida el “usted” tiene el uso del “tu” en el resto del país (y del “vos” en el Edo. Zulia) y es usado para hablar con amigos, entre hermanos, entre esposos, entre personas de confianza y es de hecho un poco más extenso pues se usa de igual forma para tratar a superiores, maestros y mayores. No obstante, es un fenómeno lingüístico interesante la incorporación del “tu” en el habla merideña (ya desde hace mucho tiempo) La cuestión con la concordancia del verbo lo hace complicado. Los merideños tienden a juntar el verbo conjugado con “usted” (que es a lo que están acostumbrados) pero usando el “tú” resultando oraciones dudosas como: “tu ya está listo” o “tu va con tu mamá” Aunque suenen extrañas éstas son el resultado de esa suerte de “mezcolanza” que se crea entre los usos de tú y usted en Mérida. Las oración correctas serían: con tú: “tu ya estás listo” y “tu vas con tu mamá” y con usted: “usted ya está listo” y “usted va con su mamá”.

Ahora el lector se preguntará a qué se debe esto: pues bien, es común que en cada país haya un dialecto específico considerado como el dialecto de prestigio, en el caso de Venezuela es el caraqueño, el habla capitalina, y esto significa que parte de la población intente “imitarlo” de alguna forma. María Josefina Valeri en su artículo Mérida (Venezuela): la ciudad y su particularidad lingüística dice al respecto: “el uso de usted puede variar a tú, y se puede oír de manera alterna tú/usted cuando el hablante merideño detecta que su interlocutor es foráneo (que no es de la región). Es tal el arraigo del usted en el día a día del merideño que cuando utilizan el tú muchas veces se puede escuchar paráfrasis como las siguientes: qué piensa tú, fijase tú”.

El “usted” es una herencia maravillosa y tiene una historia muy particular. Durante la España Imperial la forma de respeto era el “vos” pero luego, y como pasa con casi cualquier cosa, el pueblo lo popularizó usándolo para todos y sin intención de respeto o superioridad (hacia el Rey, generalmente) por lo que se sustituyó el “vos” por “vuestra merced” siendo ésta última la nueva forma de respeto que como era de esperarse no corrió con mejor suerte. Lo interesante con “vuestra merced” es que con el paso del tiempo dio origen (por desgaste) al “usted” que hoy nos ocupa; así pasó de: “vuestra merced” a vuesarced, vuarced, vuasted, vuested, vusted, vusté, voacé, vucé, usted *. A partir de este momento y en adelante empezaron a alternar según las situaciones: tú, usted, vos, su merced...

Lo importante por destacar aquí no es “un error”, no se trata en sí de una equivocación, se trata de un fenómeno lingüístico que tiene sus motivos y explicaciones en una razón sociolingüística más allá de las reglas y la gramática del español. La tendencia de los demás dialectos del país a imitar el de la capital, el caso merideño es prueba de esto puesto que mientras menos prestigioso el dialecto más tendencia a la imitación. Y aunque se habla que el dialecto del merideño se considera entre las más cultas y conservadoras, sus características particulares como el llamado “cantadito”, no dejan de ponerlo en situación de desventaja.

El uso del “tu” y el “usted” han roto sus propios límites incluso en otras regiones de habla hispana, donde ya el tú no es precisamente de familiaridad (caso antiguo interesante: en el Padre Nuestro a Dios se le tutea: “que estás en el cielo...santificado sea tu nombre) y el “usted” como en Colombia, en Mérida - Venezuela, etc. es usado para todos, allegados o no, conocidos o no.

En resumen, estas formas de tratamiento más que una forma del llamar al otro parecen ser marcadores regionales. En Venezuela, nadie jamás confundirá un “vos” maracucho con un “tú” caraqueño o un “usted” merideño aun cuando en el habla merideña ocurran estas mezclas. Vale hacer un llamado a rescatar de alguna forma el habla autóctona con este uso de “usted” característico que tanto identifica esta región del país. Que el habla de la zona andina venezolana se mantenga tan intacta como sus montañas, su gente y la amabilidad de su clima ●
























* Fuente: Obediente Sosa, Enrique. Biografía de una lengua. Consejo de Publicaciones. 2007

viernes, 8 de febrero de 2008

:::Antes de Corot: La verdadera historia del Coroto:::


Nada más venezolano que la palabra “coroto” ¿quién de nosotros no la ha usado alguna vez? Además de ser de lo más autóctono en el dialecto de nuestro país, es una palabra comodín aplicable casi a cualquier cosa desde “trastos, muebles u objetos” hasta “asuntos y proposiciones” y ha dado origen a expresiones populares por demás ocurrentes, como la famosa: ¡Adiós Corotos!, que tiene esa connotación de resignación frente a lo perdido irremediablemente.

La historia que se difundió sobre el origen de “coroto” es una bonita historia que Ángel Rosenblat recoge en su libro Buenas y malas palabras. Y cómo de seguro él la cuenta mejor que yo, entonces démosle paso:

“Se dice que Guzmán Blanco trajo de París un lienzo de Corot, el famoso paisajista. El general solía recomendar machaconamente al servicio: « ¡Cuidado con el Corot! ». Las criadas empezaron a burlarse del coroto del general, y la expresión se extendió a los objetos más diversos. Una variante de la anécdota atribuye dos cuadros de Corot al general José Tadeo Monagas. Al desplomarse la dictadura monaguista, el pueblo saqueó la residencia presidencial y arrastró por la calle los dos Corots, particularmente apreciados por el presidente. Uno de los ex contertulios, al ver la suerte infortunada de los cuadros exclamó: ¡Adiós Corotos!”.

Aunque muy divertida, en este pasaje no está el verdadero origen de nuestra palabra. Es posible que ésta haya existido aun antes del mismo Corot. Descubramos entonces, junto a Rosenblat, y llevados más por curiosidad y divertimento que otra cosa, el verdadero origen del “coroto venezolano”:

La expresión aparece años antes de los famosos lienzos de los nombrados presidentes y se encuentra registrada a lo largo de la literatura venezolana.

Buscábamos su origen fuera de nuestras fronteras, en Francia, en Europa, y de hecho, su nacimiento lo tuvo en casa. Se trata de una voz indígena y a ésta debe su origen y significación, el “coroto” es el resultado de partir una tapara o totuma en dos (también se usaba el coco) y esas suertes de vasijas que da la forma cóncava de estos frutos luego de retirado el interior, es lo que se llamó coroto. Con el tiempo pasó a designar a todos los objetos sacados de la tapara, más adelante a todos los utensilios de la cocina en general y luego llegó a nombrar cualquier cosa sin distinción. En el Llano, se acostumbra a llevar el coroto cuando se monta a caballo, ahí es donde el llanero bebe su aguardiente. Así es chistoso pensar que antes que nombrar mal el Corot de Guzmán Blanco, las criadas hayan bromeado por haberlo tomado como cualquier cosa sin importancia, algo que sin duda, el general no hacía.

Hay que admitir que para tener un origen tan humilde la extensión que tuvo el coroto es tan amplia como rica. Ya decíamos que llegó a usarse para hablar de todo y cualquier cosa. Resumiendo así el mundo en una palabra y en decires tan singulares como las frases hechas que se formaron a partir de coroto y que aun perduran. Desde el despectivo “tira ese coroto” hasta “…se montó en el coroto”, célebre frase que se refiere a un candidato que toma el mando de presidente٭

domingo, 23 de diciembre de 2007

Botella al Mar al Dios de las Palabras



Intervención de Gabriel García Márquez en el Congreso de Zacatecas, abril de 1997


A mis 12 años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: «¡Cuidado!» El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: «¿Ya vio lo que es el poder de la palabra?» Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor que tenían un dios especial para las palabras.Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor. No: el gran derrotado es el silencio.

Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.La lengua española tiene que prepararse para un oficio grande en ese porvenir sin fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de 19 millones de kilómetros cuadrados y 400 millones de hablantes al terminar este siglo. Con razón un maestro de letras hispánicas en Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el verbo pasar tenga 54 significados, mientras en la República de Ecuador tienen 105 nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y que tanta falta nos hace, aún no se ha inventado. A un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero dijo: «Parece un faro». Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazó un cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejó escrito de su puño y letra que el amarillo es «la color» de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cerveza que sabe a beso?Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempo no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo venturo como Pedro por su casa. En ese sentido me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los qués endémicos, el dequeísmo parasitario, y devuélvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos.

Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que le lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis 12 años.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ ( Colombia, 1928 )Premio Nobel de Literatura 1982